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lunes, 19 de abril de 2010

[1] Campamento – Esfera Energética: Isabel “La Gata” Reyes

Un silencio mortal cubría ese día las ruinas de una de las mega-ciudades que alguna vez albergara a miles de personas, ruinas apiladas unas sobre otras en una orgía post-moderna de biomasa, culturas y propaganda corporativa: el sueño de cualquier habitante de una de las colonias de la esfera que debe mentir, robar, extorsionar y matar para mantener su status, sea viviendo en una caja de plástico en un corredor abandonado, o en el cuarto de reuniones de la junta regente de la colonia.

Pero ese día esas ruinas habían oído lo que hacía siglos no oían, ese día habían oído vida que desesperadamente buscaba destruir o vivir, y que súbitamente se convertía en un silencio mortal acobijado por el silbar del viento al pasar entre estos restos de civilización.

En medio de una esquina, tres Mekas se encontraban trabados en lo que parecía una insoportable discusión silente; como si de estatuas se tratase, ninguno de los tres Mekas se movía. Un Jian X-9 y un Ryu Z-1 del Régimen, junto a un Oso de la Esfera, se apuntaban unos a otros con armas diseñadas para destruir todo a su paso: un rifle láser, una escopeta de asalto y una pistola de choque se miraban buscando cumplir el rol para lo que habían sido creadas.

“¿Cuál es el problema de este tipo?” se preguntaba la Gata, mientras apuntaba su escopeta de combate al pecho del Ryu, quién a su vez apuntaba su rifle láser a un Jian. Jian que de la nada le había impedido a ella terminar con su compañero en el Ryu, pero que ahora era objetivo de las armas de este último, salvándola del ataque de quién parecía un piloto de combate mucho más experimentado que ella.

Frustrada, molesta y agraviada por habérsele hecho tan difícil atrapar a su presa original – el Ryu –, la Gata sentía deseos de asesinarlos a todos ellos. Pero la situación actual apremiaba sobre sus feroces instintos, reprimiéndose con mayor fuerza cada vez para no apretar el gatillo, tomar su hacha de combate y partir en dos a ambos insolentes. Cada segundo la presión se hacía más grande, la necesidad más fuerte. Ya con un dolor que parecía le partirle la cabeza y sudando dentro de la calurosa cabina de su Oso, por un segundo la Gata perdió el conocimiento: un instante en el que la vista de ambos mekas enemigos cambió por una extraña aura que más que asustarla la calmó, le recordó algo que había olvidado hace mucho tiempo y que realmente no sabía definir que era.

Por ese instante no tuvo que discutir consigo misma: no había deseo o amarre, y sintió una paz que le recordaba de esos extraños y cortos momentos que la memoria guarda de los primeros años de nuestra existencia.

Cuando abrió los ojos de nuevo la Gata sintió pánico, por fracciones de segundo buscó en sus paneles las figuras de sus enemigos y el temor de la muerte le erizó la nuca, le revolvió el estómago y un vacio primigenio le infundió terror.

Pero sus enemigos se encontraban inmóviles frente a ella, habían bajado sus armas y abierto sus cabinas; al parecer esperando a que volviera de su extraño trance. Desconcertada no pudo volver a apuntar su escopeta o recoger la inmensa hacha de combate que yacía a solo unos metros de ella y con la que había vencido a infinidad de oponentes mucho mejor preparados que este par de tontos con sus armas abajo y sus cabinas abiertas.

Pero no pudo.

Curiosidad, agradecimiento y otro sentimiento que no lograba definir la llevaron a hacer todo lo contrario de lo que hubiera hecho segundos antes: bajó su escopeta abrió sus canales de comunicación. Algo se traían estos dos y ella quería saber que era.

Por su monitor vio como uno de ellos volvía a su cabina. En su comunicador vio como la transmisión se abría entre ambos mekas, y como empezaba a llegar un mensaje del piloto del Régimen.

Entonces oyó un sonido que conocía demasiado bien, una ráfaga de luz cruzó el espacio entre ella y el Ryu. “¡NOOOO!” gritó la Gata sola dentro de su cabina, retumbando el eco en sus propios oídos, viendo como la explosión del rifle Gauss de su hermano – Zamuro – impactaba al meka frente a ella, tumbándolo al suelo y – según su experiencia con los disparos de rifle Gauss de su hermano – probablemente convirtiendo a su piloto en una pulpa aforme de carne y circuitos.

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